viernes, 4 de marzo de 2011

LA INDOLENCIA DE EUROPA

Europa muestra tibieza e indolencia en condenar la masacre Libia y las dictaduras norteafricanas y de Oriente Próximo. En el juego de intereses España figura como la tercera exportadora de armas, y grandes constructoras además de Repsol están invirtiendo grande sumas en la región, desde Marruecos a Túnez, la propia Libia, Argelia y Argel. Sólo Italia tiene radicadas en suelo libio 130 grandes empresas. Hasta hace dos meses la Europa mediterránea y también la OTAN y el Consejo de Seguridad de la ONU eran conscientes de que los dictadores “amigos” asfixiaban a la población mientras engordaban sus fortunas personales hasta lo grotesco. Pero la respuesta popular ha sido tan fuerte que el miedo a perder el control de los pozos junto con la amenaza de un millón de africanos llegando a las costas de la Europa del Sur -esa marea de mierda como calificaba a los africanos en busca de un mejor horizonte la liga Norte italiana- han empujado a condenar, tarde y con la boca pequeña, el genocidio libio.
A esta costumbre europea de mirar hacia otro lado en los conflictos dentro de su área de influencia se contrapone el oportunismo de U.S.A., que condena con descaro a los mismos que venía apoyando cuando se trata de moderar las sucesiones en el poder para su propio control de la zona y sus reservas. A ellos se suma ahora la propia China Comunista, la que tortura y ejecuta a la disidencia y que tiene derecho a veto en el Consejo de Seguridad de una ONU secuestrada por las grandes potencias. Otra vez , como tras la segunda guerra mundial, una intervención oportunista y con réditos a largo plazo de EE.UU. y, ahora, también de la misma China que, en pleno ciclo histórico alcista apoyado en la explotación de la clase obrera, ávida de coltan, compra deudas estatales y avala inversiones de sociedades famélicas para convertirse en accionista mayoritaria de unas riquezas que cambiarán de manos sin que la población civil tenga concierto en las decisiones.
Estos días, con los cadáveres de la resistencia aún calientes, empiezan a desfilar por Túnez, Egipto y, de manera inminente por Libia, la diplomacia del primer mundo y de las potencias emergentes ante mandatarios provisionales en un alarde de mal disimulada prisa por apuntalar sus intereses económicos en la zona y para apoyar fórmulas de gobierno que no impliquen un ascenso del mundo árabe en la jerarquía de poder de Estados que deben seguir manteniéndose al margen de aquel asunto del confinamiento del pueblo palestino por parte de los judíos.

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