lunes, 26 de abril de 2010

CRITERIOS PARA LA BEATIFICACIÓN

Noticias de actualidad

En el Vaticano se está beatificando a mitrados y monjas marcando una tendencia umbilical, endogámica, que entronca con las frecuentes prácticas propagandísticas de una institución necesitada de una profunda operación de maquillaje que disipe de la memoria colectiva la abundancia de cuestiones por las que la cúpula tendría que pedir perdón después de hacer pública exposición de motivos.
Se argumentan, en dossieres que rivalizan con los de la CIA en complexión y nula susceptibilidad de ser contestados, milagros y prodigios de religiosos cuyo mayor mérito fue la profundidad de su creencia en un ser divino de cuya existencia no hay más evidencia que los escritos y palabras de seres humanos. La derrama beatificadora de Benedicto XVI alcanza sobre todo a prosélitos en nómina y dentro de una línea ortodoxa y simpática a los ojos de Roma. Sin embargo, la Curia no ha llegado siquiera a considerar los méritos de curas y monjas anónimos de los suburbios del hambre, que entregaron su vida a dignificar la de otros; no ha alcanzado a ejemplificar el arrojo de religiosos libertarios -antes bien, se les ha excomulgado- que en Hispanoamérica impulsaron el rearme de las señas de identidad indígenas y apuntalaron la necesidad de combatir la ignorancia para evitar, aun siendo pobres, caer en la miseria.
Por contra, la senda que sigue Benedicto XVI de condecorar a los de casa sin que intervengan propuestas colectivas, viene a reafirmar la sospecha pública de que la Iglesia Católica sigue instalada en la prepotencia más rancia. La misma que le impide reconocer que no hay ningún precepto divino que impida casarse a los ministros o administrar los sacramentos a las mujeres, o colaborar en la detención y juicio penal de sus pederastas y violadores. Lo que de verdad le preocupa a Roma no es que los curas o las monjas se distraigan de cumplir con sus preceptos y su entrega al apostolado si se casan, sino todo lo que comportarían esos enlaces de amenaza a la titularidad y destino de sus propiedades. Con tales prevenciones y viendo la cicatería con que desde la jerarquía tratan a sus bases, no es de extrañar que aun en tiempos de crisis y paro como los que corren nadie quiera abrazar los hábitos. Tal cual sucede cíclicamente, la Iglesia se actualizará y pedirá perdón, como la Cia, con demasiados años de retraso.

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