martes, 20 de abril de 2010

SITUACIÓN DE CALMA APARENTE

Sorprende la aparente calma con que la sociedad civil vive un panorama, real, en el que uno de cada cinco trabajadores están sin empleo y en un millón de hogares no entra sino la ayuda del Risga.
Varios son los factores que se señalan desde distintas instancias para argumentar la persistencia de una paz social tan paradójica:
1: convicción del individuo de su total incapacidad para influir en los órganos de poder.
2: falta de conexión social y de espíritu gregario.
3: pérdida de conciencia de pertenencia a un grupo.
4: mayor alcance de la cobertura de prestaciones.
5: mayor amplitud de la red de instituciones benéficas: municipales, autonómicas, privadas, Cruz Roja, Cáritas, ONGs, Cocina Económica... que se ven desbordadas a menudo ante el incremento exponencial de las demandas.
6: la ayuda de familiares. En el caso de desempleados españoles, este es uno de los factores de mayor contribución al sostenimiento, a pesar de todo, del sistema.
7: la percepción de un mensaje subliminal y envolvente de que poco o nada puede hacerse en el corto plazo para generar oferta de empleo:

los emprendedores están a la espera de que repunte la confianza de los consumidores; los Bancos pensando más en recuperar papel que en prestarlo; una bolsa de vivienda si vender ingente a la que habrá que sumar propiedades hipotecadas con embargos por ejecutar cuando los precios de mercado se recuperen; el Estado infra actuando, en papeles mínimos, permitiendo que los productores en origen sean explotados hasta la quiebra por los intermediarios; la tan cacareada necesidad de cambio de modelo económico diluida por una visión cortoplazista impropia de un Estado que debe tomar decisiones estratégicas –aun cuando los resultados no sean inmediatos- cuales son: la explotación sostenible de los recursos naturales; la recuperación de la agricultura, dentro de la modernidad, para vertebrar a una población asentada en su medio y con recursos suficientes y disponibles; la amplificación de inversiones en granjas marinas –frente a la pesca intensiva, costosa y cada vez menos rentable-, en energía solar, eólica y del mar; la promoción del turismo ecológico y activo; la incentivación de la inversión en innovación tecnológica, facilitando la disposición de suelo industrial y tratando fiscalmente como conviene la investigación dentro de la industria; la necesidad de una reforma real del trato a las pymes, con el reconocimiento del status de trabajador en régimen general a los emprendedores y con la aplicación generalizada de métodos de estimación directa en sus balances, cobro del iva real y por ingresos ya efectivos...
En fin, hay mucho por hacer y sin embargo el ritmo y el calado de las decisiones del Estado hablan de un papel de este muy minimizado para una situación de emergencia y con la oposición instalada en el habitual juego desleal desde el que se ha entendido la política desde hace cinco legislaturas, todo ello agravado por la constatación de que, donde ha habido mucho poder y poco control, ha aflorado un grado de corrupción que extiende la peligrosa generalización de que la clase política está corrupta.
Por todo ello se ha instalado, antes que la revuelta social, un desánimo aniquilador de cualquier iniciativa de movimiento reivindicativo con afán de cambio. Y el panorama es, en el horizonte, plano como aquella calma chicha que llevó al navegante a llamar Pacífico a un océano que en realidad escondía un vivero de tempestades.

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