domingo, 27 de febrero de 2011

Diferencias generacionales

A lo largo de la Historia siempre ha existido una brecha intergeneracional alimentada por diferencias de circunstancias, educación, adaptación a las innovaciones y, a veces, entorno. Esta distancia se ha limado en el presente entre los urbanitas de clase media fruto de una situación en la que padres e hijos viven, consumen y piensan bajo el mismo rodillo mediático, comparten gustos televisivos y, en no pocas ocasiones, musicales, cinematográficos, deportivos y de alojamiento y utilización de la “comunicación” virtual.
Los que nacimos en la década de los cincuenta vivimos una brecha de mayores dimensiones, por mucho que los jóvenes de hoy “presuman” de ser tan diferentes de sus padres. Nuestros padres iban al cine del barrio a ver “Teodoro, métele mano al tesoro” o “No desearás al vecino del quinto”; nuestros hermanos mayores pasaban a Francia a ver “El último tango en París” y nosotros íbamos al Goya, entonces un cine de arte y ensayo, a ver “Le valle” donde una señora se deprimía durante todo el metraje por tener la lavadora estropeada, “Annie Hall”, “Gritos y susurros”, “El imperio de los sentidos”...
Bajo el rodillo franquista muchos no fueron capaces de filtrar la denuncia subyacente en “Bienvenido Mister Marshall” o “La escopeta nacional”. Los propios censores estaban más preocupados por el antebrazo de Rita Hayworth o la relación de Ava Gardner y Clark Gable cuya carga erótica pretendieron amortiguar convirtiéndolos en hermanos. De aquella reinmersión en códigos medievalistas que propició el Régimen se salió con el acceso a corrientes de opinión y visiones más abiertas a través del contacto con la cultura de los europeos que venían a veranear, o en sus propios territorios, donde encontraron trabajo y hogar cientos de miles de españoles. El cine, la literatura y un mayor acceso a estudios universitarios ayudaron a acentuar aquella brecha generacional a niveles quizás no alcanzados hasta entonces.
A partir de los ochenta y sobre todo de los noventa esa brecha entre padres e hijos ha tendido a difuminarse por la presencia arrolladora de potentes propuestas mediáticas que alcanzan a todos por igual y por el retraso en la incorporación al mundo laboral y a una esfera de independencia de los jóvenes.
El desencanto acerca de los políticos y la Política, la sensación de que los actos individuales y la actitud crítica son inútiles en la promoción del cambio, la instalación en una condición clientelar respecto del Estado en la misma proporción que el desinflado de la iniciativa privada son factores todos ellos que acaban por reducir a cuestiones de la periferia del pensamiento la brecha entre los que van a votar por primera o segunda vez y los que lo llevan haciendo veinte o treinta años. Sospecho que, en ambos casos, el fantasma del voto desinformado o del no ejercicio del derecho se agranda por momentos.

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