domingo, 13 de febrero de 2011

LA APOLITIZACIÓN DE LA SOCIEDAD

Uno de los síntomas más elocuentes de que la sociedad se está volviendo indolente al respecto de toda toma de conciencia política es la recurrencia a la idea, expresa, de que todos los políticos son unos ladrones. Se trata de completar el pretexto por el cual cualquier intento del ciudadano de a pie por influir siquiera un poco en las decisiones de los gobernantes es inútil.
El friquismo entendido como el refugio exclusivo en parcelas muy pequeñas de la realidad está presente en todos los movimientos gregarios, como es perceptible en las redes sociales que recogen la actividad, parcelada, de una sociedad cada día menos comprometida con causas maximalistas.
El deporte, el culto al cuerpo, a la moto, a los coches, a los cacharros tecnológicos o la mitificación de las creencias con sus rituales especializados hasta el paroxismo son omnipresencias cegadoras para muchos mortales, incapacitados de facto para percibir situaciones reales en entornos incluso bien cercanos.
“La vida es algo más que fútbol, ir de copas, jugar al pádel, etc.” se me antoja una reflexión inteligente, trascendente en boca de quienes destacan en una actividad concreta, específica, con un recorrido social poco trascendente y aportador de valor para la sociedad. No contemplaría pues dentro de este supuesto las actividades profesionales que, aun secuestrando la vida del actante, repercuten de manera proverbial en la vida de los demás, cual pueden ser las actividades de investigación científica, cirugía, atención primaria, educación social, servicios de intervención urgente... y en general todos los desempeños que son necesarios para que la maquinaria social permanezca engrasada y repercuten además en el sostenimiento de las familias y su acceso a una vida digna. Y aun en estos casos lo deseable y no siempre es posible tener una relación adecuada con el trabajo.
Pero el alegato de pérdida de conciencia de la realidad simpatiza con la observación de la sociedad actual persiguiendo acallar la voz crítica de su interior con la práctica obsesiva de una afición o una actividad sectaria que lo acaba ocupando todo y llega a desplazar aspectos primordiales en el crecimiento personal. Los efectos son objetivables y ostensibles: desfilan por doquier generaciones de autómatas, víctimas inconscientes -¿o tal vez no?- del complejo de Peter Pan, fáciles de catalogar, susceptibles de ser integrados en paquetes homogéneos, bien segmentados, constituyendo una diana fácil para los mensajes subliminales del poder.

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