lunes, 14 de febrero de 2011

Papel reforzado de la beneficencia

Este invierno está siendo duro en Galicia. El sonido tintineante de la lluvia en los tejados y cristales acompaña de una manera agradable la inmersión en un sueño profundo. No obstante, a veces el recuerdo de los que no tienen techo o viven en infraviviendas enturbia esos momentos de pretendido relax.
En EE.UU., la superpotencia, casi cuarenta millones de personas dependen de los bonos para poder comer. En España la cifra de dependientes será escandalosa a raíz de la desaparición del subsidio de 440 euros a los parados.
En esta coyuntura el papel de la Cocina Económica, las residencias benéficas y los centros de acogida es encomiable y a veces heroico. A la entrega generosa de tiempo y esfuerzo se une una filosofía en los modos de considerar al menesteroso que les lleva a tratarles con la mayor de las dignidades, en situaciones incluso extremas, cuando los medios no alcanzan sino para cubrir una parte de las necesidades.
Algunos comedores han instalado servicios de aseo e incluso pequeñas camas donde descansar para atender también las penurias de quienes unen al hambre la pérdida del hogar.
Impresiona la limpieza con que los voluntarios mantienen las cocinas y las duchas. Pero, por encima de todo, lo más gratificante es observar cómo estas instituciones que viven de aportaciones privadas, a menudo anónimas, aplican la misma máxima de exigencia de parámetros de calidad a los alimentos cual si se tratase de dar de comer en un restaurante o en un hospital. Los gestores de estos comedores rechazan amablemente excedentes de banquetes ofrecidos en salones de boda u hoteles para poder controlar la trazabilidad de todos los procesos. Las cocinas económicas y centros de acogida sí aceptan productos en su envase original, aunque tengan próxima la fecha de caducidad, pero siempre registrados por Sanidad.
Los que se sientan a la mesa en situación de precariedad de medios son para ellos Don Manuel, doña Josefa, don Ismael... que reciben en el comedor no sólo una comida sino también una dosis de autoestima que les ayudará, en muchos casos, a levantar el vuelo cuando un tren haga parada en su puerta y resuelvan subirse a el.

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